Pero yo, por cercanía y cultura con la que me he criado, me quedo con todas éstas. Esos collares de perlas falsas compradas en el viaje al balneario con el imserso. Ese pelo cardado al máximo. Esas lentejuelas donde no toca. Los pañuelos de estampados imposibles pero que a esa edad sientan tan bien. Las uñás pintadas del color coral de los años 80 tan divino. Los sellos de oro de la comunión del hijo -que éste nunca ha querido llevar- así que ellas, aplicando la ley de ponérselo todo encima si van a una sesión de fotos, se lo agencian en el dedo meñique. Y, lo mejor de todas, por si no os habíais fijado, las sonrisas. Impagables.
*Fotos F2 Photo Studio.
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